Biohackers
En una
noche cálida y despejada, una plataforma de metal situada misteriosamente entre
un pasto seco, se activó en repetidas ocasiones para que importantes
personalidades de la tecnología, la política y la religión de distintos países,
tuvieran acceso a las instalaciones de una corporación de biotecnología llamada
Nanoblue.
A diez metros bajo la meseta de Decán en Karnataka,
India, cuatro cómodos sillones de piel ubicados en la recepción resultaron
insuficientes para los distinguidos invitados quienes fueron atendidos por
edecanes de rasgos afilados, labios carnosos y ojos expresivos. En un elegante
salón había una gran mesa rectangular, que decorada de forma sugestiva, sería
horas más tarde el punto de encuentro para una noche de celebración.
Diversos experimentos y proyectos, muchos de ellos
controvertidos para la comunidad científica internacional, se encontraban en
desarrollo desde hacía varios años bajo este piso y en el resto del edificio.
El acontecimiento que estaba a punto de ocurrir en el nivel más cercano a la
superficie provocaba que más de un científico se desenvolviera con
intranquilidad, y no era para menos si ese día era la culminación de un gran
esfuerzo, posible gracias a una aplicación realizadas del lenguaje de
programación para bioingeniería más avanzado hasta la fecha. Por capricho de su
desarrollador se llamaba Maya tal y como la cultura prehispánica que habitó el
estado de Yucatán en México. Lo tenían instalado los ordenadores del último
piso y de acceso más restringido, justo por debajo del área destinada a los
proyectos de biotecnología.
Su creador había sido un temible programador llamado
Leonardo Stocker, su nariz grande y párpados caídos se volvieron mundialmente
famosos al desaparecer por un tiempo a Fakebook, la red social más importante
en el planeta. Como la mayoría de sus delitos los cometió en Mexico, fue
sentenciado a pasar años, sin acceso a ninguna computadora, en la prisión de máxima seguridad de Almoholoya 2. Además de casi
eliminar a Fakebook, por parecerle que controlaba el mundo entero, era culpable de afectar los sistemas
informáticos de las corporaciones más importantes del mundo. Su capacidad para
desarrollar el primer lenguaje de bioprogramación fue descubierto por el
misterioso y reconocido doctor Jacob Moore, director de Nanoblue, quien optó
por sacar ilegalmente al hacker de la cárcel y obligarlo a desarrollar el
lenguaje Maya, con el cual deseaba crear seres posthumanos, incluído su primer
hijo.
El día que
se había previsto el nacimiento de dicha criatura, Leonardo se situaba a un par
de metros de un moderno quirófano que había sido construido en el complejo
subterráneo; si el recién nacido resultaba conforme a lo programado con el
lenguaje Maya, Moore le perdonaría los enormes daños financieros que le ocasionó
en el pasado transfiriendo dinero de sus cuentas bancarias, pero si por el
contrario tenía algún defecto, lo asesinaría lenta y brutalmente.
El quirófano era similar a una sala de
interrogatorios ya que contaba con un cristal polarizado, así como con bocinas
para que Jacob y Leonardo Stocker pudieran presenciar el alumbramiento. Cerca
de ellos había una puerta para restringir el acceso al quirófano, detrás de
ésta estaban los invitados que pertenecían a una sociedad llamada el grupo
Raeliano, quienes apoyaban el transhumanismo al extremo, financiando la
creación de una raza superior o de androides que remplazaran a los humanos en
ciertas tareas.
En ese momento Leonardo estaba preocupado por el
éxito del plan que desarrolló con ayuda de Jack Smith, su único amigo en
Nanoblue, un tipo gracioso que estudió ingeniería electrónica en la Universidad
de Massachusets, y que tras graduarse entró al área de mantenimiento en
distintas plantas y reactores con energías alternativas. Tras acumular varios
años de experiencia, Nanoblue le hizo una atractiva oferta de trabajo y así se
fue a vivir a la India para integrarse a un equipo a cargo de la supervisión y
control de suministro de energía en el complejo subterráneo. A pesar de que a los pocos días con este empleo
comenzó a extrañar todo lo que había en la superficie, especialmente la comida
típica hindú, decidió soportar los tres años que duraba su contrato con tal de
recibir una pensión que le permitiría vivir cómodamente el resto de su vida, a
cambio de no revelar absolutamente nada de la corporación.
La amistad entre Leonardo y Jack inició cuando se
conocieron durante una fiesta organizada por los altos administrativos de
NANOBLUE para entretener a sus empleados en una de las pocas veces que se les
permitía salir a la superficie. En ese año, la fiesta se celebró en una lujosa
mansión deshabitada en la playa de
Varkala en el estado de Kerala, y se contrataron a numerosas bailarinas
exóticas para deleitar a los científicos e ingenieros, quienes en su mayoría
fueron incapaces de intimar con ellas aunque hubo quienes si se liberaron de
todo el estrés que les ocasionaba el trabajo. Tras algunas rondas de cerveza, Jack sacó a relucir su
talento musical con un simulador de bandas musicales y Leonardo comenzó a
reírse de cualquier chiste y después a bailar Salsa Electrónica. Transcurrido
el tiempo, el programador y el ingeniero en electrónica, comenzaron a platicar
de temas variados acariciando la piel tersa de dos bailarinas indias, y
después, el exceso de alcohol hizo que contaran anécdotas imaginarias y
comenzaran a balbucear. Ya casi de madrugada, Jack y Leonardo caminaron
tambaleándose hasta unas piedras artificiales en forma de asientos situadas
bajo un árbol; en ese lugar, Stocker se atrevió a revelar a su nuevo amigo, sus
sentimientos en contra de Jacob Moore y los polémicos proyectos tecnológicos en
los que estaba metido, así como información ultra secreta de lo que él
realizaba en el piso de mayor profundidad en el complejo subterráneo. Jack
quedó profundamente consternado y casi de inmediato se confabuló con Leonardo
para detener a al director de Nanoblue y su peligrosa obsesión por dominar al
mundo.
Al día
siguiente, cuando los dos tenían la mañana libre para recuperarse de la fiesta,
comenzaron a buscar datos relevantes para desarrollar un plan que les
permitiera acabar con las operaciones del laboratorio secreto, esperando que la
tarea del primer lenguaje de bioprogramación, encabezada precisamente por
Stocker fuera completada y aplicable a la manipulación genética del embrión
implantado en la esposa de Jacob Moore, llamada Jennifer García. Algo con lo
que Jack no estaba de acuerdo, fue aceptar que el hijo de Moore sobreviviera,
pues según las palabras del propio Stocker, la criatura podría tener
habilidades psíquicas que de ser utilizadas para el mal, lo convertirían en un
peligro para la humanidad. Cuando el primogénito de Jacob era apenas un
embrión, Jack le advirtió a Stocker que si él no se atrevía, él mismo sería
capaz de asesinar a ese monstruo, como él lo llamaba, de una forma rápida que
afectara a Jennifer en lo menos posible. Leonardo sin embargo se negó
rotundamente, pues lo que al principio percibió como un proyecto despiadado,
tras algunos años, cambió a uno grandioso, en lo que utilizó al máximo su talento,
junto al de muchos otros científicos e ingenieros seleccionados cuidadosamente
por el Dr. Moore en diferentes partes del mundo. Jack se daba cuenta de que las
ansias de su camarada por que aquella criatura naciera, aumentaba día a día,
conforme éste y un grupo de científicos programaban sus miles de genes para
dotarlo de poderes sobrenaturales. El único consuelo que Leonardo dio a Jack
fue que él educaría a la criatura para que se convirtiera en una persona de
bien que no lastimara a nadie y que además se encargaría de que nadie lo
percibiera como a un mutante y por lo tanto no fuera víctima de discriminación.
Al llegar
la hora cero, Jack Smith comenzó a prepararse emocionalmente para convertirse
en uno de los mayores genocidas en la historia de la India, sabía que el área
de suministro de energía donde él trabajaba era la piedra angular de todo y por
lo tanto debía ser el primero en actuar. Justo en el instante en que Leonardo
estaba al lado de Jacob esperando su mensaje para ejecutar el plan, Jack se
encontraba en un pequeño departamento situado en el subnivel tres, a la
esperando los resultados de un exhaustivo análisis sobre el funcionamiento de
la energía en el edificio, mientras tanto se divertía armando y desarmando su
rugby de 64 cubos, bebía una lata de mezcal con frutas y observaba de un lado a
otro su pequeño hábitat delimitado por un espacio no mayor a veinte metros
cuadrados, en éste se fabricaban nanodispositivos y chips de implantación
subcutánea, y además se almacenaba y suministraba la energía en todo el
complejo. A pesar de que podía andar en ese lugar con los ojos cerrados, la
nostalgia que le provocaba pensar que serían sus últimos instantes ahí, hacía
que se fijara de nuevo en los aparatos electrónicos que lo rodeaban como si
fuera la primera vez que los veía.
Al mimo tiempo contempló sobre su escritorio
fotografías en las que aparecía con amigos y una ex pareja, así como otra donde
estaba al lado de su máximo ídolo del Cricket, Kevin Pietersen. El análisis terminó y dirigió su mirada de nuevo a
las pantallas; los resultados mostraban algo realmente malo para el complejo
pero excelente para sus planes. Tal como se lo propuso, todos los procesos que
activó simultáneamente, ocasionaron un exceso de energía en varios de los
superconductores, trayendo como consecuencia la aparición de un número elevado
de cortocircuitos en ese nivel.
Faltando escasos minutos para que la planta en la que
se encontraba colapsara y enseguida todo el complejo, Jack bebió la última gota
de mezcal y tomó el celular para escribir un mensaje a Leonardo, pero al estar
a punto de enviarlo se dio cuenta de que su compañero Daniel quien había estado
dormitando a ratos, reaccionó súbitamente como si hubiera visto un fantasma.
— ¿Qué diablos estás haciendo?
— ¿Qué te pasa?— respondió Jack cerrando
desesperadamente varias ventanas de sus monitores— ¿Por qué gritas? — envió
enseguida el mensaje a Stocker.
— ¿No ves que hay una sobrecarga en la zona A, B Y C de
este nivel? Se supone que tú y Wilson habían ido el día de ayer a supervisar
que todo estuviera bien.
Mientras trataba de inventar algo para justificarse,
Jack fingió estar afligido, aunque le fue imposible que en sus labios no se
asomara un poco de la enorme alegría porque su plan pareciera funcionar.
— ¡Los dos son unos idiotas! — Insultó
Daniel a sus compañeros — Si no hacemos algo pronto, el complejo puede hacer
explosión.
— ¡Carajo! No es para tanto ¡Tranquilízate!...—
pronunció Jack cerrando sus puños en los hombros de su compañero. — Ahora mismo
voy a despertar a los otros para que solucionemos este problema.
Daniel regresó a su lugar rápidamente para ver si
había algún cambio importante en lo que señalaba un monitor tridimensional.
— ¡Todos deben escapar de este jodido complejo! —
exclamó Daniel de forma casi instintiva al darse cuenta de que el riesgo de una
explosión aumentaba de forma exponencial.
Al ver que Jack reaccionaba a la misma velocidad que
un procesador de los años noventas, Daniel decidió activar la alarma, pero
antes de que pudiera hacerlo, cayó al suelo con un sonido seco, Jack le disparó
con una pistola eléctrica que guardó en su pantalón, misma que él fabricó, al
igual que otra que le dio a Leonardo Stocker para atacar a Jacob Moore, en
ambas podía establecerse distintos niveles de voltaje para sólo dejar
inconsciente a una persona o incluso asesinarla, dependiendo también del tiempo
que durara siendo electrocutada.
Jack pensó que se le había pasado la mano al ver el
cuerpo inmóvil de su compañero, pero casi enseguida pudo sentir su pulso aunque
fuera débil.
— Lo siento pero no tenía otra opción… — susurró Jack
de cuclillas junto a Daniel y enseguida vio el crucifijo colgado de su cuello —
Ojalá puedas salvarte.
Jack iba a activar la alarma, pero sólo hasta que se
encontrara con sus amigos sobre la plataforma elevadora, y Moore yaciera
muerto; estaba consciente de que por el poco tiempo que habría después de que
tal cosa pasara, serían unos cuantos quienes podrían salvar sus vidas.
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